Mi boca extraña tu boca, no solo
tu boca, pero se ve necesariamente expuesta a abandonar sus sueños de conocer
tu cuerpo, de besar cada centímetro de tu piel, cada lunar, cada marca que te
hace único.
Mi nariz
extraña ese olor tuyo que embriaga mis sentidos, que me cubre incluso cuando tú
ya te has ido.
Mis ojos extrañan
ver tu sonrisa, esa que tanta gracia me hace, por la que pagaría por ver todos
los días.
Mis manos,
¿Qué son mis manos sin tus manos? ¿Qué son mis manos sin tu cuerpo? No son más
que frías piedras sin vida, suaves al tacto pero tan muertas como lo es una
escultura.
Mis dedos
extrañan acariciarte, enredarse en tu ropa, hacerle una visita a tu piel, darte
escalofríos, rozar tus labios y recrearse en ellos, haciendo y deshaciendo
sonrisas.
Mi pecho
descubierto levanta lamentos, te llama a gritos: Tú enfermedad y cura, ¿Dónde
estás?
Tu sabor me
acompaña, me devuelve esos momentos fugaces que el tiempo nos roba, una vez más
siento como tu calor me quema, sonríes y me vuelves a besar como si fuese la
última vez y no puedo más que perderme en bonitos recuerdos a la espera de
volverte a ver.