Pasos, se escuchan pasos. Pasos
ligeros, como si entre paso y paso los pies rozasen el cielo. Caminar calmado
pero decidido. Al otro extremo del pasillo, se escuchan pasos también. Pasos
torpes que se han ido afirmando con el tiempo. Paso apresurado, indeciso…
Pasos que en la distancia se
acercan, pasos rítmicos y acompasados sonando cada uno a su manera haciendo una
melodía al andar.
Dos cuerpos atraídos por el
baile, la pasión, su propio baile. Salen al jardín, un jardín precioso, lleno
de las más maravillosas flores. Tan bien cuidadas que parecen eternas,
permaneciendo bellas en el tiempo.
Ella se esconde en un laberinto
que se encuentra en medio de dicho jardín, ni siquiera se da cuenta, sigue
corriendo a su interior como si los pasos de su adversario fueran a pisar los
suyos, como si la estuvieran buscando y en cierta medida es así.
Él, corre detrás, no sabe porque
la está siguiendo, es algo que le llama. Algo que palpita en su interior, le
quema, necesita ver su rostro, escuchar una explicación que él mismo no
encuentra.
Ambos juegan al pilla-pilla sin
saberlo, él la queda, va a por ella, en breves la tendrá a su alcance pues se
ha perdido. Sin embargo, él conoce aquel laberinto como la palma de su mano.
Ella huye porque es su deber, algo en su mente le grita “PELIGRO” pero en el
fondo quiere que la alcance, que deje de seguir sus pasos y que por fin pueda
desenmascarar “su miedo”.
Después de correr durante varios
minutos, cae al suelo al tropezar con una leve elevación del terreno. Alza la
vista y ve que ha llegado al centro del laberinto, un espacio precioso que la
oscuridad de la noche y la única iluminación de la luna no le permiten apreciar
con claridad. Pero aún así, ese sitio desprende algo especial.
La mira y sonríe a pesar de que se encuentra de
espaldas a él. Esa figurita envuelta en un precioso vestido ha ido a parar a su sitio especial, su sitio
preferido del jardín. Allí es donde aprendió a bailar llevado por la música que
emanaba de su interior. Fue la manera en la que aprendió a conocerse a sí
mismo, con la que con el tiempo se expresaba aunque nadie lo viera y ni
siquiera hacía falta, pues no bailaba por enseñar lo que sabía, lo hacía
simplemente porque con el tiempo se convirtió en necesidad, en su pasión.
Ella se giró rápidamente al oír
el crujido de una rama, por fin se percató de que estaba ahí, aquel que le
siguió como si de su sombra se tratara. En un primer momento sintió el impulso
de echar a correr, de protegerse de aquel peligro que le acechaba. Pero fue
entonces cuando las nubes destaparon de nuevo la luna, iluminando así sus ojos.
Unos ojos tan sinceros, tan llenos de pasión, pero al mismo tiempo de
incerteza, de duda, que era imposible dejar de mirarlos por querer adivinar que
se escondía detrás.
Ella se levantó lentamente mientras
él le tendía una mano. La cogió sin pensarlo demasiado, de lo que no se dio
cuenta fue que desde que le vio los ojos por primera vez, no pudo dejar de
mirarlos embobada, como enfocando con los suyos para encontrar la perspectiva
correcta con la que encontraría lo que fuera que buscaba. Él se percató y
sonrío divertido. Ella, al darse cuenta, le devolvió la sonrisa mientras
intentaba disculparse con un gesto, intentando no parecer una lunática. Lo
consiguió.
Empezaron una conversación
ligera, sin silencios molestos, ni palabras o frases forzadas, conversaban como
si ya se conocieran de antes. Habían conectado y en poco tiempo habían
descubierto su respectiva pasión por el baile. No el baile en sí, no una
palabra vacía, ni una acción repetida una y mil veces sin sentido, no. El baile
en sentido pleno, con sus horas de dedicación, la pasión que uno le pone, el
ser parte de sus vidas, el sentimiento. Esto era lo que marcaba la diferencia,
el sentimiento. No era bailar por bailar era bailar sintiendo, poniendo parte
del alma, bailar con los cinco sentidos.
Cuanto más se miraban, más se
percataban de que en los ojos de su compañero se reflejaba la misma chispa que
emanaban los propios. Algo que venía de allá dentro, algo palpitante que quería
salir y mostrarse, algo perfectamente bello…
Se pusieron en pie sin mediar
palabra, él la cogió de la mano con delicada firmeza y se acomodaron el uno al
otro como si estuvieran hechos para ser pareja en el baile.
De no se sabe donde surgió música,
calmada y apasionada música, que hubiese conquistado hasta a los oídos más
duros y desacostumbrados.
Allí estaban ellos, una bonita
noche de verano, bajo una enorme luna, en medio de un laberinto de preciosas
flores de dulce y delicioso olor, cogidos, dejando fluir sus sentidos. Sacando
sus miedos, sus alegrías, su dolor, su pasión, haciendo de todo ello, de sí
mismos, un solo ser. En un movimiento perfecto, acompasado y rítmico, totalmente perfecto por la pasión y el
sentimiento, por sentir cada paso y movimiento. Por ser consciente de lo
inconsciente, por no saber si reír o llorar acabando en un llanto de felicidad.
Dan vueltas y más vueltas sobre
sí mismos, haciendo del mundo un borrón, algo distorsionado, secundario.
Haciéndose protagonistas de todo lo que les rodea, sin darle mayor importancia.
Las lágrimas riegan suavemente los pétalos de alguna flor, compartiendo la
felicidad de dos seres que se han encontrado en su pasión.
Caen al suelo, mareados. Ríen y
ruedan como niños, se buscan y se encuentran una y otra vez. Ella divertida
escapa de sus brazos, corre por el laberinto encontrando la salida casualmente;
se adentra en un mar de sábanas que alguien ha colgado detrás de la gran casa.
Siguen jugando, creando sombras en las blancas sábanas, ríen e intentan imitar
animales, objetos cotidianos y otras cosas mientras el otro las adivina.
Cansados ya de este juego siguen corriendo como si les acabaran de insuflar
vida, energía. Son inagotables.
Él es ahora el perseguido. La
guía a una estancia preciosa, donde les esperan miles de velitas encendidas,
delante de una cama enorme, que les invita a pasar.
Ella cuelga sobre una cuerda la
sábana que ha robado del mar de sábanas del jardín, la que le ha servido de
capa y protección contra el frío de la noche.
Se miran a los ojos tan profundamente que se leen el uno al otro, se entienden y sin mediar palabra se apoyan. Él acerca sus labios a los suyos, le acaricia la cara, el cuello... mientras ella hace lo propio.Se desnudan sentimientos, caen impedimentos, se toman conociéndose toda una vida sin conocerse, comparten, se dejan llevar, encuentran en el otro su parte del puzle. Crean más de lo que nunca crearon y, ahora lo hacen las sombras de dos amantes en una inocente sábana blanca.