Cuántas veces quisimos creer dulces mentiras para no ver
dolorosas verdades. Quisimos echar un tupido velo para cegar el impulso de
conocer nuestro martirio, sabiendo que al hacerlo nos martirizamos más, y que la felicidad es fingida y
transitoria, porque tarde o temprano acechan las dudas, queman las
insinuaciones de la verdad sin parches, desnuda, como ha sido siempre.
Pero nos contradecimos ofreciéndole una manta una vez
habiendo desvelado sus misterios, e incluso hemos vuelto a girar la cara, a
cerrar los ojos para no ver, para no sentir, para no padecer.