De nuevo tú, con tus cambios de humor, de color… Las hojas
se caen danzando en un baile de vueltas infinitas, contentas y tristes al mismo
tiempo. Color de lo marchito, de lo que acaba cuando creías que no había hecho
más que empezar… El frío que cala lentamente en los brazos vacíos de los
amantes olvidados o de los jamás conocidos. Color de mil atardeceres en todo el
mundo, color del calor incipiente en las chimeneas, que entra sigilosamente
haciéndose de rogar.
Otoño, feliz primavera marchita llena de melancolía… Una
pareja, jóvenes deseos, millones de recuerdos, un “nuevo” amor de hace varios
siglos, nuevas experiencias ahora ya adquiridas, mil momentos de felicidad,
para recordar…
Cualquiera diría que estás triste, que te apagas por
momentos, que te dejas caer y arrastrar, que te haces sentir cada vez más, que
cuando implora el viento, te estremeces…
Pero yo sé que albergas la llama de lo cálido, de lo
verdadero, de lo auténtico y que nunca se apaga, simplemente se hace más
intenso o más tenue. Invitas a reflexionar, a rememorar buenos momentos que,
sobre todo tú, conoces.
Ya puede llover, que a buenas o a malas lo vas a acoger… Las
ramas se enternecen, absorben las gotas del llanto más fino o del más salvaje,
levantándose el perfume de lo divino, embriagándome de ti…