De nuevo vuelve a ser por la
tarde, como cada día sobre la misma hora, es un hecho ineludible. El día
empieza a decaer, todo se torna naranja, a veces incluso rosado, pero todos,
todos los días se tiñen del color del recuerdo, de la melancolía, en ocasiones
de soledad e incluso de desasosiego.
Hay quien no se da cuenta, que
piensa en la mañana o en la noche, en lo que desea, lo que ha hecho en el día o
disfruta de lo que está haciendo, bendita suerte la suya.
Yo en cambio soy de esas personas
que se ponen a observar y piensan, y vuelven a pensar mientras el color de la
melancolía me tiñe la piel, me ciega, me inunda y ese calor me abrasa pero no
es tranquilizador ni motivador como los rayos de la mañana, esta nueva luz anaranjada
me recuerda al otoño. A cuando las hojas caen y todo se vuelve de una belleza
extraordinaria pero a la vez esconde un lado triste; el de las cosas efímeras,
lo que se va y no se sabe si volverá. El delimitador de un final y un nuevo
principio.
Todo está tan lleno y tan vacío
al mismo tiempo, la gente pasa, sube, baja. Hacen sus vidas como si nada, como
si fuera tan fácil no ver. Pienso en tantas cosas… en el pasado, en aquellos
recuerdos tan bonitos que todos guardamos y que inevitablemente tienen el mismo
color que la tarde; en las dimensiones del mundo y en lo solos que podemos
sentirnos en ocasiones.
Pienso en “aquel” que llega a
casa, se deshace de las cosas de durante el día, deja sus “pesos” en el sofá,
aspira profundamente para quitarse todo lo exterior y que le invada un poco de “hogar”.
Y siente, como otras miles de millones de personas en el mundo un sentimiento
de soledad pegada a las entrañas. De repente, la música clásica invade el
pequeño salón acentuando esa sensación hasta el punto de llegar a ser insoportable.
Lo quita y pone la tele con tal de que una voz le acompañe, ¿si es por eso, qué
más da que no sea una voz amiga?
Pienso en las casas grandes, en
las casas pequeñas en cualquier lugar, no importa donde se esté para sentir la
soledad, pues es como un perro, te sigue, te persigue, te olisquea, se te pega
hasta hacerse inseparable, te es fiel como nadie. Te encuentra allá donde
vayas, te sorprende en el lugar y el momento más inesperado. Con el tiempo aprende
a convivir contigo y no quiere dejarte escapar. A veces conseguimos tapar esa
sensación, hasta incluso podemos olvidarnos de ella por un tiempo indefinido,
pero tarde o temprano, encontrará tu punto de flaqueza y te volverá a atacar,
se apoderará de ti y tú te dejarás llevar una y otra vez.
Y así cada tarde te encontrarás
en un mundo vacío, en una casa vacía y en una vida vacía pues el hombre no
nació para estar solo.
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